Perú en la Cima: Central y Maido, más que restaurantes

Perú ha logrado lo impensable: dos de sus restaurantes —Central (2023) y Maido (2025)— fueron elegidos los mejores del mundo. Esta reflexión explora lo que estos logros significan para el país andino desde una mirada de etiqueta, protocolo y cultura. La mesa peruana no solo ofrece sabores; ofrece identidad, hospitalidad y una nueva forma de liderazgo global.
Un hito gastronómico sin precedentes:
Perú ha marcado un capítulo glorioso en la historia culinaria global. No se trata de una coincidencia ni de una tendencia pasajera. En 2023, el restaurante Central fue nombrado el mejor del mundo por The World’s 50 Best Restaurants. En 2025, Maido recibió el mismo reconocimiento, consolidando así a Lima como una de las capitales gastronómicas más influyentes del planeta. Este doble galardón no solo enaltece la cocina peruana; revela un proceso cultural que ha sabido unir raíces, técnicas, saberes y sabores ancestrales con una visión contemporánea de profunda elegancia.
¿Qué representa este reconocimiento para el Perú?:
Ser el número uno del mundo no se trata solo de técnica o innovación culinaria. Es, también, un acto simbólico. En el mundo de la etiqueta, los gestos que trascienden las palabras —una mesa bien puesta, una cena memorable, una atención impecable— hablan de civilización, de respeto por el otro, de identidad. Perú, al ofrecer al mundo dos experiencias gastronómicas inigualables, está sirviendo en sus mesas una declaración de sofisticación cultural, de sensibilidad territorial y de un refinado arte de hospitalidad.
Maido y Central: expresión de dos narrativas complementarias:
Mientras Central de Virgilio Martínez celebra la biodiversidad peruana desde una geografía vertical —plasmando la Amazonía, la sierra y la costa en cada plato—, Maido de Mitsuharu Tsumura honra el mestizaje entre lo japonés y lo peruano, con una precisión que maravilla sin alardes. Ambos restaurantes encarnan una estética impecable, donde el equilibrio, el detalle y la armonía se conjugan. La etiqueta, cuando es auténtica, no es rígida ni ostentosa; es la expresión silenciosa de respeto. Lo mismo ocurre en estos espacios: no hay imposición, sino una invitación sutil al asombro.
La diplomacia de los sabores:
La gastronomía es hoy una forma legítima de diplomacia cultural. Cuando un país logra que el mundo viaje hacia él con la intención de comer, está cultivando vínculos más profundos que cualquier tratado. En ese sentido, Perú ha logrado lo que muchas naciones sueñan: posicionarse no solo como destino turístico, sino como referente de excelencia, creatividad y autenticidad. En cada visita a Central o a Maido, los comensales no solo comen; se educan, se conmueven y descubren un país que se cuenta a sí mismo a través de los sentidos.
Más allá del plato: una visión integral del Perú:
Este reconocimiento no es un logro aislado de dos chefs; es el reflejo de una sociedad que, con esfuerzo compartido, ha sabido revalorar sus insumos nativos, formar talentos, cuidar el servicio, dignificar la cocina tradicional y abrazar lo contemporáneo sin perder el alma. Es un Perú que, con discreción y determinación, ha aprendido a poner su casa en orden, a recibir con calidez, y a honrar sus raíces sin nostalgia. El arte de recibir —tan importante en el protocolo— es aquí elevado a una filosofía de vida.
El lugar de la etiqueta en este éxito:
Detrás de una cena perfecta hay todo un universo de gestos: la manera en que se presenta un plato, la atención al ritmo del comensal, el respeto por los tiempos y los silencios, la conversación medida del anfitrión, la estética de cada elemento en la mesa. Maido y Central no son solo cocinas brillantes; son ejemplos de cómo el saber estar se transforma en arte culinario. Cada detalle habla sin levantar la voz. Y esa es, en esencia, la máxima sofisticación.
Una mesa puesta para el futuro:
Este reconocimiento global es también un reto. El mundo ahora mira hacia el Perú con expectativa, y eso implica responsabilidad. Mantener la excelencia requiere formación constante, ética en cada eslabón de la cadena gastronómica, y un compromiso profundo con la sostenibilidad. La etiqueta en su versión más elevada es, también, una forma de cuidado. Cuidado por los productos, por el comensal, por el entorno, por el equipo de trabajo. Es una coreografía invisible que transforma lo cotidiano en memorable.






